«Los Gestos de la Música»

           Entre todas las artes, quizá sea la fotografía la que nace con mayor vocación de servicio. Sus orígenes están mucho más emparentados con la utilidad que con el artificio. En el momento en que se impresiona el primer negativo el hombre tiene la sensación de haber logrado el milagro de detener el tiempo. Desde entonces, los pintores y escritores, los generales y políticos, los grandes personajes tienen rostro para nosotros. La fotografía nos saca en cierta medida de nuestra condición anónima y perecedera y nos hace participar del milagro de lo incorruptible. Y ahí ya estamos pisando por completo el terreno del arte. Utilidad y belleza estaban destinados a asociarse por medio de ese suceso intemporal al que llamamos foto fija.

         Eva Ripoll ha tomado su cámara para acompañar a los grandes artistas que han pasado por las salas del Palau de la Música de Valencia. Este recorrido por su trabajo constituye una pequeña memoria visual de esos momentos irrepetibles en los que la magia del instante perfecto nos sume en un silencio de emoción y respeto. Sin quitar ni poner, desde un ángulo siempre inesperado y nuevo, las fotos de Eva nos sitúan otra vez frente al aroma de lo ya sucedido. Aquí vemos el trance hipnótico del director de orquesta, que parece dormido en un colchón emplumado de violines; el rapto del bailarín que ha sido prendido por las alfileres de la melodía en el instante del salto; la nobleza del ataque del tenor; el arrobo lírico de la soprano que declara sus amores y sus cuitas. Aquí lo que se ve son los gestos de la música, esa inocencia de lo espontáneo, esa naturalidad de lo perfecto.

         Poniéndose al servicio del arte musical, Eva Ripoll ha terminado por encontrarse con su propio arte, que es el de no dejarse notar apenas. Su cámara es la ventana que nos permite asomarnos a unas realidades que ya sólo perduran custodiadas en papel. Los hombres y mujeres de papel de Eva están vivos, su inmovilidad resulta engañosa, pues han quedado en mitad de un movimiento, de un escorzo que parece ir a resolverse de un momento a otro. Y respiran: conteniendo el aliento o lanzando la voz en el esfuerzo de la nota de bravura, estas figuras de papel respiran un aire distinto, con otro tempo, es el aire de la intemporalidad el que las mantiene con vida.

         Un efecto así sólo puede lograrse desde una absoluta sencillez, situándose a la distancia justa de lo que sucede. Eva lo ha comprendido y ha sabido ponerse siempre al servicio de la realidad, sin pretender convertir a la realidad en su servidora. Con sencillez y limpieza, ha conseguido elevar al rango de arte lo que a primera vista pudiera parecer un mero documento testimonial. En este testimonio surge una belleza que está más allá de la belleza puntual de lo retratado. Las fotos de Eva son necesarias independientemente del motivo que la invita a dispararlas. Su fidelidad es su belleza.

         Los que hemos disfrutado de tantos conciertos inolvidables en la salas del Palau de la Música de Valencia, debemos agradecerle a Eva Ripoll este álbum impagable de recuerdos. Aquí siguen sonando las arias más sublimes, aquí ruedan aún y taconean las bailarinas, aquí se desgrana el infinito dominó de los pianos. Aquí siguen y nos acompañan.

 Texto  Vicente Gallego